"Nadie debería enfrentarse solo al submundo" (Edgard Allan Poe)
CAPÍTULO 1
Llevaba dos días allá arriba. Aquella fría y limpia mañana, enrojecida de tanto amanecer, decidí asomarme hacia el valle helado, y volver a esperar...
Pasé un largo rato sin apenas moverme, notando lo agrietado de mis labios por la sequedad del aire y lo afilado del frío al entrar en contacto con mi rostro, la torpeza de mis manos al querer cerrarme mejor la cremallera de la chaqueta. La última señal enviada por el geo-localizador, indicaba que los tenía cerca. Pero no conseguía distinguir ese punto anaranjado de nailon en el que esperaba encontrar a mi compañero y su fiel sherpa. Con el de hoy, ya llevan 6 días por encima de la zona de la muerte.
Cuando por fin decidió salir el sol, no daba crédito a lo que pude distinguir a lo lejos, a unos 400 mts por encima de mi, semi tapado por lo que parecía un alud de nieve de color gris y marrón, todavía humeante. Sabía lo que debía hacer. Y lo hice.
Después de dos horas largas de sudor y esfuerzo, conseguí llegar a la tienda de altura. Nadie respondió a mis gritos, nadie apareció al escuchar su nombre.Tras despejar un poco la zona y palear la nieve acumulada, pude observar que parecía haber caído sobre ella, una especie de ceniza grisácea que había provocado que la tela de la tienda estuviera plagada de pequeños orificios. ¿Qué fue lo que ocurrió?, ¿qué provocó estas quemaduras...? No tengo ni idea. Además de la desaparición de mis compañeros, aparecía otro misterio para el que no tenía respuestas, o para ser olvidado con el paso del tiempo.
Mientras permanezco sentado ante los restos de lo que era un campamento de altura, imagino copos de ceniza incandescente, cayendo sin parar y flotando como la nieve. Cayendo por todas partes, mezclándose con el rugido de la tormenta; deslizándose por una avalancha de calor, una enorme lengua de materia piroclástica que incinerará todo lo que encuentre a su paso. Aunque por el momento -todavía tengo tiempo- tan solo puedo percibir unos diminutos y minúsculos copos de ceniza que perforan, sin prisa pero sin pausa, la tela protectora de mi chaqueta de plumas de última generación. Alzo la mirada y busco a lo lejos...qué busco...? No hay nadie.
Tras las gafas de ventisca, mi cara se topa con una extraña erupción de humo y nieve que continua ensuciando el cielo, eclipsando el sol y enturbiando mi alma. Una vez me dijeron que ante éstas situaciones, solo había una opción, y es la que eligen los valientes.. Escapar del camino...
Tras cerciorarme de que no había nadie sepultado bajo el amasijo del pequeño rompecabezas de tela anaranjada de nailon y de palos de fibra de carbono, tomé la decisión. La opción más evidente era dejar atrás todo esto de una vez. Iniciar el descenso y no volver la vista atrás. Enseguida me dí cuenta de lo agradable de mi pensamiento. Una idea que apestaba a esperanza y vida, y no a azufre y nieve podrida.
Y así lo hice...
CAPÍTULO 2
Voy bajando lentamente y con suma precaución. Este terreno hostil mezcla de nieve y cenizas, hielo y lava, no me permite bajar la guardia. El frío y los gases que desprende la ladera, me hacen dudar entre lo que es fruto de mi imaginación y lo que es la realidad. Comienzan a asomar las primeras dudas, la incertidumbre...dónde están mis compañeros...? qué ha pasado...? dónde estamos...? Qué coño...!!! dónde estoy...? Aquí no queda nadie más que yo; y la maldición de blancos y grises sobre esta masa nívea y humeante.
Sea como sea, debo seguir bajando, perdiendo altura, seguir hasta el hombro rocoso donde se encuentra el C1. Una tienda de altura, con una pequeña reserva de alimentos sigue allí. Cuando llego ya es casi de noche. Lo sé por el reloj digital, un viejo Casio de pulsera con una pila inagotable, que me ha acompañado en varios de mis anteriores viajes; además de que el cielo engrisado no me ha permitido ver el cielo, ni poder localizar la posición del sol. Respiro aliviado mientras entro en la tienda. Me encierro en su interior, doble cremallera, velcro de autosellado, tejidos aislantes de última generación, y por primera vez en varios días, permito que mi cuerpo se relaje.
Por qué estoy aquí...? Llegué a está expedición siguiendo el consejo de mi neuropsiquiatra. Unos innovadores experimentos realizados por prestigiosos psiquiatras estadounidenses, revelaron que si se sometía a individuos con trastornos de personalidad paranoide, a una larga exposición en ambientes hostiles y con carencia de oxigeno, ello les permitía enfrentarse a situaciones problemáticas, en los que la evidencia del YO más íntimo y profundo era la puerta para encontrar dichas soluciones; por lo que les podría ayudar a discernir lo que es real de lo que no lo es; reconocer al verdadero YO, separar y apartar las otras realidades elaboradas por el subconsciente, y superar episodios de crisis.
Todo esto tal vez sea cierto, pero ahora, en éste instante, tan solo quiero escapar del Camino. Quizás sea yo mismo el Camino.
De nuevo me asaltan las dudas, más incertidumbres, desconfianza ante lo vivido, dónde se han metido mis compañeros.. ? Por qué me han dejado sólo.. ? Qué pasa si mis dudas no tienen que ver con ésta montaña...? con ésta expedición...? Y si esos diminutos copos, humeantes y de origen desconocido, además de perforar el tejido de las tiendas de altura, sean tal vez minúsculos avisos de emergencia..? enviados por mi maltrecho y dolorido sistema inmunológico, para que me de cuenta de la aparición de unos micro agujeros en el tejido de mi masa encefálica, mientras el rincón donde habitan los recuerdos y los olvidos es desmontado y alterado de forma lenta y gradual, y se va deshaciendo el muro que permitía mantenerme cuerdo, sin poder discernir entre lo que es la razón y lo que es mi jodida imaginación. No hay duda, debo salir de aquí cuanto antes.
Reviso comida y material; un trozo de 30 mts de cuerda; la luz del frontal que ya casi no alumbra; dos sobres de comida liofilizada y un tarugo de queso seco y duro; la ropa deteriorada y con olor a amoníaco... El viento en el exterior inicia su sinfonía de ausencias y de miedos, al mismo tiempo que una ligera punzada en la sien me recuerda que no debería haber dejado de tomar la medicación. Ya son demasiados días. Intento salir de la tienda, pero el velcro está congelado y las cremalleras bloqueadas. El ambiente está cada vez más enrarecido. Intento reventar las cremalleras, quiero salir de aquí de una puta vez..!!! Una lágrima resbala por mi rostro y un escalofrío me atenaza pescuezo y esófago. No he sabido escapar a tiempo del Camino, y estoy en el lugar y el momento equivocados.
Consigo, a pesar de la poca movilidad de mis dedos, y con la ayuda de mi dentadura y de mi rabia no desahogada, entreabrir, yo diría destrozar, un pequeño trozo de tela de la entrada de la tienda (por qué dejaría el piolet y los crampones fuera...? ) En ese instante, noto como se me encoge el estómago, un nudo del tamaño de una naranja, el corazón se acelera, la aorta pulsando con fuerza, el dolor en la sien aumenta, puedo notar el diafragma luchando por expandir mi cavidad respiratoria y acelerando mi respiración. Me doy cuenta de que a pesar de mi experiencia, de mi estado de alerta, he pasado por alto el hecho más obvio de todos: lo que yo pretendía dejar atrás allá arriba, lo he traído hasta aquí conmigo. Lo que quería encerrar y dejar fuera, lo he encerrado dentro, conmigo.
Y no. A pesar del tratamiento, del trabajo de los últimos 13 meses y de las 4 semanas de expedición, no se ha ido. Ese ser escurridizo y paranoide que soy yo mismo, sigue aquí conmigo y yo no puedo hacer nada por sacarlo de mi cabeza...
FIN...?
"Sentíamos la belleza solitaria del atardecer, el inmenso silencio rugiente del viento, lo frágil que era nuestro vínculo con todo lo que quedaba más abajo. Sentíamos un asomo de miedo, no por nuestras vidas, sino por aquel desconocido que se cernía sobre nosotros."
Thomas F.Hornbein (Everest, la cara Oeste)
PD.- Photo 1 by San Google; photo 2 by Bego.