ATRAPADO...

Me siento atrapado.

Ya no recuerdo cuanto tiempo llevo en esta cabaña de madera, estas cuatro paredes con chimenea, rodeado de árboles y de nieve, que no deja de caer en forma de tormenta con copos pequeños e irreales.

Miro por la ventana, mientras mis dos memorias me devuelven una brizna de alegria al recordar, sin lamentos, que lo mejor de mi vida ya había sucedido. El presente, ésta cabaña.

Una memoria empeora con el paso del tiempo, aquella que con algo de esfuerzo, me permite recordar mi primer beso, mi primera escalada, el color de mi primer saco de plumas con el que dormí bajo el cielo patagónico.

La otra no empeora, se vuelve más viva, más audaz. La memoria "sonámbula", esa que recorre la mente como si fueran habitaciones repletas de puertas con cándados, cargadas de secretos, de silencios vivos, de tal forma que ya no me veo durmiendo en Patagonia, ni cargado con la móchila en las viejas Dolomitas, sino deslumbrado por un extraño reflejo, mezcla de espejismo y falsa realidad que la memoria "sonámbula" reconoce...

A lo lejos, en la penumbra, la silueta de un niño pecoso y pelirrojo mueve en su mano un pisapapeles en forma de bola de cristal, en cuyo interior hay una cabaña de madera, de cuatro paredes con chimenea, en medio de una tormenta de nieve con copos pequeños e irreales...