2 de noviembre de 2021

EL JABALÍ BLANCO...

No me había percatado nunca antes de éste sendero. Su estrecha entrada, custodiada por las ramas de dos encinas jóvenes, había permanecido semioculta a mis ojos. Hasta hoy. 


No sería la primera vez que mi instinto me invita a descubrir nuevos rincones. Lugares que con el tiempo, se convierten en pequeños paraísos terrenales por los que dejo fluir mi cuerpo y mis sueños. 

A pesar del cielo gris y de aquellos oscuros y amenazadores nubarrones sobre mi cabeza, no me lo pensé demasiado. Me ciño bien el casco a la barbilla y a la nuca, me recoloco las gafas, ajusto los guantes, coloco una de las zapas sobre los pedales, mis dedos sujetan con firmeza el manillar, me preparo para dejarme llevar por un nuevo sendero, una arteria más de éste bosque primitivo y ancestral, en el que según los viejos del lugar, habitaba Mogoch, el legendario Jabalí Blanco. 



Apenas lanzo las primeras pedaladas para coger inercia por aquel estrecho y revirado sendero, me doy cuenta de que un liquido marrón, casi negruzco, lo invade todo. El suelo, raíces, base de los árboles, casi no se ven ni las plantas. 

Era un barro tibio y pegajoso que se adhería a los tacos de las ruedas, se iba pegando a los pedales, a mi ropa. Tenía la impresión de que arrastraba en cada golpe de pedal una pesada carga. En cada curva, en cada giro, me daba cuenta de que cada vez iba más y más lento. El fango subía más deprisa por mi cuerpo que lo que yo conseguía avanzar. Pensé que tenía que darme prisa, si no quería ser engullido por aquella masa marrón antes de poder salir de éste laberinto en el que me hallaba metido. 



Una serie de toboganes repletos de ramas por todas partes me mantuvieron alerta, evitando así una posible caída. En ésta zona el nivel de la horrible mezcla de raíces, barro y guano, parecía estabilizada, a pesar de que casi todo mi cuerpo había entrado en contacto con esa masa viscosa que parecía tener vida propia. Lo que parecían las últimas rampas se me estaban haciendo algo más fáciles de lo que había pensado, e incluso me sentía como flotando en un sueño cautivador y hechizante, no sé si producto de la adrenalina que llevaba segregando la última media hora, o por los efluvios del aroma de la tuberosa, planta aromática, venerada y tan presente en estos bosques, y a los que llevaba expuesto ya demasiado rato. Mi estado semi eufórico me convenció de que ésta pesadilla no tardaría en acabar. 

Justo un instante antes de enfrentarme a una nueva curva, muy marcada pero sin apenas visibilidad para escoger una buena trazada, escuché un devastador y rugiente sonido burbujeante que me devolvió de golpe a la cruda realidad. Había cantado victoria demasiado pronto. 

Un segundo más tarde, las burbujas de barro seguían eclosionando sobre mí, mientras sentía que algo me arrastraba hacia el centro de la Tierra. Estaba solo en aquel infierno húmedo y marrón, mientras mi cuerpo se abandonaba al cieno primario. El gusto áspero del lodo en mi boca, contrastaba con el recuerdo de aquél primer beso en las playas de Mogador, y la imagen de haber visto lágrimas en los ojos del Jabalí Blanco. 



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